sábado, octubre 01, 2005

El Loco

Conversando con unos amigos de un Foro Católico que frecuento, quise recopilar una serie de experiencias místicas o milagros que hayamos experimentado para la edificación de todos los que creemos en Dios, y mas específicamente que tenemos Fe en la única Iglesia de Dios, la que fundo Jesucristo.

Estas historias -que ire poniendo pasando los dias- no tienen como propósito probar nada, ni si quiera convertir a una persona, como Jesucristo puso en una parábola en boca de Abraham: Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos. Lc 16,31

Que escuche el que quiera escuchar...

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Apreciados hermanos en Cristo:

Antes que nada gracias por perdonar las /hs/...

El título puede parecer raro pero cuando lean esta historia lo entenderán.

En esa noche oscura que les he comentado ejercía en mí una atracción irresistible el paganismo y la magia negra. Me acercaba, lentamente, pero con paso firme a una segura perdición. Pero, no se por qué, decidí estudiar psicología en la Universidad de La Sabana sin saber que pertenecía al Opus Dei. De hecho no sabía qué era el Opus Dei.

El día que presenté mi examen de admisión entré a un cafecito sobre la calle para tomar un refresco y fumar un cigarrillo. De pronto alguién me dijo: "¿Me invita a un pancito? Tengo hambre". Cuando miré hacia atrás vi a un "indigente" un loquito de estos que deambulan por las calles con una sucia bolsa llena de cosas. Era un hombre alto, rubio, con unos hermosos ojos color oliva... un "loco" muy lindo, a decir verdad. Por un momento me sorprendió que no percib´ñia el olor a sudor concentrado que caracteriza a estos simpáticos personajes.

Los "loquitos" no me incomodan en lo más mínimo y como este, además, parecía muy educado y "limpio" lo dejé que escogiera lo que deseaba comer y beber. Pidió un pan redondo, similar al pan francés, y un vaso con agua. Yo pedí un café negro y saqué un cigarrillo. Me senté en una mesa pensando que mi amigo ocasional se marcharía pero, en lugar de hacerlo, se acercó y me pidió permiso para sentarse. Yo, la verdad, estaba maravillada. Tenía una mirada limpia y lúcida y sus manos parecían de artista: estaban limpias, conh las uñas bien cortadas... Tomó el pan y lo partió a la mitad: "Tome - me dijo - se lo cambio por el cigarrillo". Comí el pan mientras lo observaba comer: cortaba trozos pequeños y los llevaba lentamente a la boca; masticaba sin hacer ruido, con la bica cerrada.

De pronto comenzó a hablar:

"¿Usted va a estudiar en La Sabana, verdad? Acójase a los consejos de los sacerdotes y deje de jugar con su vida. ¿Piensa que es bueno ir, por ahí, jugando a ser mala? ¡Si su alma es muy importante! Su alma la ama Dios"... Yo no reaccionaba. Simplemente escuchaba a un desconocido que, en un minuto, estaba desnudando mi vida. El monólogo no fue muy largo pero si denso: parecía conocerme de siempre y sus palabras me llegaban al alma.

De pronto se levantó y me dijo: ahí viene su autobús. Efectivamente; cuando salí del establecimiento estaba parando el transporte que me gustaba tomar para ir a mi casa. No era el más rápido pues tomaba muchas vías, pero el recorrido era bonito. Pasaron solo algunos segundos (2 o 3 a lo sumo) pero cuando volví a ver mi "loquito" ya no estaba.

Antes de llegar a mi casa y tras meditar las palabras del amable y limpio "loquito" fui a mi parroquia e hice una confesión general. La noche continuó algunos años más pero la claridad de ese momento rasgaba, por instantes, las tinieblas. El sacerdote que me confesó no le dio mucha importancia pero, años después, al percibir mi cambio, me dijo: "cuando Dios manda a sus ángeles no queda más remedio que obedecer"...

Los indigentes normalmente manejan "zonas"; pero mi "loquito" no volvió a aparecer jamás.

Abrazos en Jesús Eucaristía,

María Esther Cadavid de Alvarez

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